Bajarse del tren.

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Resulta que ir sin frenos hace que sea emocionante.

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Ojalá los tuviera, aunque estuvieran rotos.

No soy una quinceañera, tampoco soy estúpida.

No me atrae el dolor que sólo viene acompañado de dolor. No me gusta el malo del instituto ni disfruto cuando me lo ponen difícil, a mí lo que me gusta es que me digan que “sí”.

Que se suban conmigo en el tren mientras miro por la ventanilla. Que me cojan la mano cuando aterrizan los aviones y que me suelten para correr más rápido por los campos de las afueras. Me gusta que me retiren el pelo de la nuca con destreza y me desarmen despacio. Con argumentos … mientras se quitan la ropa.

No me gustan las caídas libres ni los dramas que veo venir atropelladamente. Como una enorme bola de nieve a punto de engullirme.

No me gusta. No.

Pero hay balas imposibles de esquivar. Hay cosas que lo hacen inevitable. Y ya.

Solo estoy esperando el golpe.

La bajada será rápida y solo pasarán segundos antes de ver mi sangre correr por la sien.

Ni lo sentiré. Pasará y ya está. Como pasan las cosas que marcan la vida y definen cómo seremos en el futuro.

La fuerza que he cogido en el descenso hará que me estrelle a lo grande.

Como todo lo que hago. No sé pensar en pequeñito, no sé vivir con mesura. No sé qué es la pauta.

No quiero saberlo.

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