Los Martes.

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Necesito 257 martes más. Todos como este.

Necesito hacer el cálculo de los abrazos que me dieron a lo largo de mi vida y pensar en por qué ninguno me sirvió para deshelarme por dentro,

Por qué la suma de todos no fue suficiente para superar uno sólo de los tuyos.

Por qué tú siempre ganabas por goleada en este juego de rol en el que sólo podíamos perder o morir.

 

En el que abandonabas el campo de batalla sangrando pero habiendo disparado primero,

Para volver con bandera blanca….Como sí nada… Cuando todo.

Y es que tú siempre volvías, para comprobar que aún estaba haciendo como que esperaba la señal para marcharme.

 

Y firmamos la paz tras el armisticio de tus mentiras.

Y apostamos a creernos, a reconstruirnos las tristezas para comenzar de cero, una vez más, sabiendo que sería la última.

 

Y desde entonces, calculo en tus pómulos todas las noches que nos hacen falta para olvidar que hubo un día en que decidimos olvidarnos, sin saber, que al olvidarnos del otro, nos olvidábamos también de nosotros mismos.

Y entonces tuvimos que volver,

Volver a buscarnos para encontrarnos…

Para permanecer.

Para seguir vivos, para mordernos por dentro y desatarnos las costuras.

Para conservar esa parte de nosotros mismos que aún nos decía quién éramos.

Que mantenía la esencia de lo que significa tener un lugar en el mundo… Tú eras mi lugar en el mundo.

 

Tus manos eran mi credo y la línea que separaba tus labios fue durante años mi horizonte.

Tu clavícula fue mi almohada y el borde de todos mis precipicios, a esos que me asomaba sólo para ver qué había debajo.

Tu piel, el campo de minas y lunares que repasaba mentalmente antes de posarme.

Tus ojos mis principios. Tus palabras mis finales. Y tu boca los puntos suspensivos que unían tus idas y mis vueltas.

 

Siempre fuiste huracán y a mí me perdían las catástrofes.

La galaxia de tus ojos, en la que me gustaba mirarme cuando estaban a punto de desbordarse era mi mejor espejo,

el único que me decía quien era realmente,

por qué luchaba, cuál era mi causa

y por que no podía desertar de sus guerras

aunque nunca hubiera ganado ninguna.

 

Porque éramos isobaras situadas en el mapa de la memoria,

perdidas en cada curva, en cada estímulo, en cada movimiento de tus manos buscando por inercia mi boca.

Para dibujar con las yemas, mis palabras no dichas.

 

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