Volver a verte fue como repasar un sueño que has tenido noche tras noche repitiéndose.
Te lo sabes de memoria pero no puedes abrir los ojos.
Crees que al despertar acabará todo y por eso yo seguía dormida.
Recordaba ese sueño perfectamente…como yo me sabía tu cuerpo. De memoria. Cada lunar, cada pliegue, cada costura.
Lo repasaba con mis dedos. Reconociéndolo. Sabiéndolo mío por unas horas. Lo besaba y pensaba en su olor, en como latía y como se aceleraba cuanto más me acercaba.
Lo recorría despacio con los ojos cerrados para no perderme matices.
Inmóvil. Como un paciente a la espera.
Permanecías desnudo y nervioso, sin saber si acercarte lento o romperme.
Sin entender cómo había vuelto, por qué camino, por qué razón o hasta cuando me quedaría. Pero no importaba, estaba allí y eso era lo único que contaba entonces.
Cuando estabas tan cerca era incapaz de pensar con claridad. De distinguir lo que estaba bien de lo que me arruinaría la vida.
Sabes qué es lo que va ocurrir y aún así no puedes hacer que no ocurra.
Recuerdas cada detalle, la estación, la música que suena… Y es tan real, tan jodidamente cierto que no puedes creer que esté a punto de terminarse. Lo tienes entre las manos, lo estás mordiendo y sabes que se va a escapar. Que no habrá forma de pararlo, que es el final y lo único que quedarán, serán imágenes inconexas, resaca y ruido. Escombros de lo nuestro.
Una nebulosa gris de ideas y recuerdos difusos que te harán dudar si fue real, si exististe y estuviste entre estás sábanas o si algún día te inventé.
Y el sueño seguía.
Sabiendo que despertaría y que nada podría nunca volver a repetirse. Necesitaba aire, minutos, aliento.
Los finales no pueden cambiarse. Y tú eres el mío con todo lo que conlleva. La tristeza, las dudas y toda esa incertidumbre que nos rodea. Que nos rodeó siempre, cuando estábamos vivos y despiertos … pero un día nos cercó la vida y nos hizo saltar al precipicio.
Cuando desperté tú no estabas. Pero yo tampoco.