Sabía que pasaría. Lo supe desde el principio.
Ella tenía ese halo que envuelve a las chicas que sabes que van a doler, de esas que tienen la respuesta perfecta en los labios y el dedo siempre en el gatillo.
Era septiembre y en septiembre los flujos se renuevan. La ciudad renace y las calles empiezan a saber a vida.
Aún la recuerdo caminando por la avenida, bailaba sobre el asfalto ardiendo y mientras se acercaba yo solo podía mirarla y ver como se me caían las balas del bolsillo.
La recuerdo moviéndose despacio en todos mis recuerdos, despeinada y feliz, haciendo lazos con mis ideas y metiéndose dentro, como agua en mis pulmones.
Era pólvora, azufre y almíbar, todo junto y rebosando. Oía cada noche el sonido de sus pies sobre la cuerda … siempre fue funambulista y esa era su naturaleza.
Vivía su lucha abanderando cada causa perdida que se le cruzaba, y yo no puedo evitar pensar que seguramente fui una de ellas.
Bonita hasta doler, tenía ese poder que tiene un niño para mirar dentro y descifrarte y una de esas miradas que hacen parar el tiempo, mis excusas y a veces -solo a veces- mis miedos.
El tiempo a su lado brillaba y yo brillaba con ella.
Lo recuerdo bien, admiraba y temía sus silencios a partes iguales, es lo que tienes que hacer cuando te enamoras de alguien que sueña fuerte, fuma despacio y vive deprisa. Un día soñará algo nuevo y querrá vivirlo.
Escribir y borrar: “Necesito saber que sentiste lo que quise darte. Que notabas mis ganas a través de la ropa”. ¿Por qué nunca pude enviarlo?
Siempre apostando al caballo ganador, esperaba el momento, como un guepardo agazapado esperando la señal … Sin remordimientos, sin fisuras.
ERA ELLA. Eran sus ojos y todo lo que decían. Un día dijeron que necesitaba alejarse y yo encontré el por qué en su mirada perdida. Recé sin hablar pero la conocía demasiado para pensar en la posibilidad de que hubiera retorno.
Así se cierra el círculo y yo me quedo fuera. Algo tóxico que flotaba en el ambiente anunció esta escena mucho antes de saberlo, de conocerla, de haberla visto siquiera por primera vez. El miedo me lo decía: Llegará el momento.
Ahora el momento ha llegado. ¿Por qué no le dije “Quédate”? ¿Por qué no la besé con fuerza?
No sé cómo la perdí, si antes o después de que girase la esquina y esa historia… la nuestra, hubiera quedado descatalogada, obsoleta.
¿Fue cuando no dije nada? ¿Fue el miedo a perderla lo que me empujó a hacerlo? Nunca sabemos cuando es el preciso instante en el que la vida cambia, en el que perdemos la partida o la vida nos la gana. Cuando dejamos de tener suerte, cuando hemos de saltar sin red o cuando lo mejor es dejar pasar los trenes, los trenes que parten en direcciones contrarias.