Un día cogí a Pocahontas de la mano y me fui a pasear con ella por el bosque.
Su tierra era hermosa, tenía riqueza, tenía una familia enorme pero necesitaba algo más, necesitaba lo que necesitan todas las princesas Disney, un hombre que les diga lo que debe hacer. Ser la sombra de alguien, porque el protagonismo nunca fue para las mujeres.
El resto de personajes de la trama hacen muchas cosas. Luchan, ganan batallas, emprenden viajes… Ellas solo una: Buscan un marido.
Aunque también a veces buscan lavarle la ropa a otros hombres que tengan cerca:
“Puedo serviros de mucho: Sé lavar, planchar y cocinar”. Le dijo BLANCANIEVES a los enanitos porque no querían a la princesa en casa.
“Puedo regalarte lo más valioso que tengo, mi voz”. Dijo la SIRENITA.
“Por más que ahora sufra el alma, si no pierdes la calma, podrás encontrar el amor”. Le dijeron a la CENICIENTA.
“No todas las mujeres son tramposas”. Se defendían en los ARISTOGATOS.
Las niñas absorben como esponjas, y estos mensajes luchan contra su propia experiencia. Somos los responsables de lanzarles otros.
Coger a Pocahontas de la mano y decirle que puede elegir hacer lo que quiera, que ella está completa por sí sola y no es un complemento. Un complemento es un bolso o un broche, pero no ella.
Y que sus niñas, si algún día libremente decide tenerlas, querrán crecer libres pero hay una cultura que le dice NO. Se lo prohíbe por lo bajini. No se lo prohíbe a la cara. No se lo prohíbe gritando. Se lo prohíbe de la peor forma, sin que aparezca una prohibición. Para que caigan en la culpa, para que no culpen a nadie más de sus males. Solo a ellas mismas.
Hoy las niñas no pueden reconocerse en cuentos, en cuentos que les cuentan cómo deben ser cuando ellas ya son de una manera. Porque las personas normales no notamos el guisante debajo de 20 colchones y nadie puede decir que no seamos especiales. Pregúntele a mi madre.
Las niñas saben que su madre no se parece en nada a las frágiles damas que aparecen en sus libros, porque no aparecen científicas, ni Premios Nobel. Aparecen siempre las mismas chicas en apuros que necesitan ser salvadas. Su abuela tampoco se parece. Ni su hermana. ¿Cómo es posible? Cuantos cuentos cuentan.
Pero las princesas del futuro están construyendo un relato mejor, uno en el que son más libres, uno en el que tienen herramientas y este cuento, ya ha empezado Y NO PIENSA ESPERAR A QUE NINGÚN HOMBRE SE LO LEA.