Sólo eso.

A veces, sólo necesitaba que me acariciase las ideas,

sólo tener pedazos de su mapa,

sólo saber cómo sonaba cuando dormía,

sólo encontrar los detalles que conseguían desencajarle.

 

Saber si había electricidad en sus manos cuando se asomaba a mis ojos.

 

Yo sólo tenía que dejarle pasar…

sólo adivinar sus ganas,

tocar sus «por qués»,

y leer en todos los cortes de su cara.

 

Interpretar sus precipicios,

Descifrar sus huídas,

Y besarle todos los miedos.

 

 

Sólo. Sólo eso.

 

 

Sólo soñar con sus retos  y contarle los míos,

sólo empeñar mis días y saltarme los meses de su mano,

sólo encontrar las respuestas que dejaba enterradas,

dónde nadie más podía verlas.

 

 

Leer sus jeroglíficos,

reinterpretar sus «para siempres»…

 

 

Coserle todas las costuras y entender de dónde venía cada grieta,

lamerle «los peros» y sonreírle a todas sus ganas…

 

Beberle a morro,

encontrar las entradas de sus pasadizos y pasear por todas sus arterias.

 

Sólo quería ser la estrella que siguiera brillando cuando ya no estuviera a su lado,

la aguja que marcara el norte, el tiempo no perdido,

los barrancos más altos y la copa más llena,

los caballos desbocados golpeando sobre sus párpados.

 

 

La dosis justa.

El escalofrío que le recorriera la espalda al encontrar lo que buscaba.

 

Sólo. Eso.

 

Yo no necesitaba tiempo, ni promesas. No necesitaba un comienzo,

Solo coincidir unas horas. Ser el copiloto de su nave,

Abrir los ventanales de sus ojos y hacerle ver mis océanos revueltos.

 

Que nos lanzásemos desnudos y de cabeza,

contagiarle la energía de mis días amarillos,

inventar una historia a su medida,

con los listones bien altos y las tristezas bien bajas.

 

 

Sólo eso.

 

Sólo ser capaz de reconocer sus intenciones a oscuras … Y llevármelas de calle.

 

… Sólo poder contarle los lunares…

 

Sólo hacerle entender que no tenía que ser tan complicado, aunque ella ya lo supiera.

 

 

Y nada más.

Sólo eso.